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La educación, más allá de concebirse como un proceso indispensable para la reproducción o la creación de condiciones que posibiliten la adaptación a un entorno social, es la práctica más poderosa para enaltecer la convivencia, la apertura, la generosidad y el compromiso colectivo. Sin convivencia no hay sobrevivencia. El desinterés y el individualismo conducen inexorablemente al suicidio colectivo. La Educación en cuanto proceso de formación que sura toda la vida y que tiene como finalidad la consecución del sentido de existir siempre excede lo escolarizado, con la única pretensión de lograr que cada ser humano en particular sea capaz de salir de sí mismo y extenderse hacia sus semejantes para, en conjunto, encontrar los motivos por los que vale la pena vivir. El amor es una de las condiciones para encontrar el significado de la vida, un sentir que hace a quienes lo experimentan, aferrarse a lo amado y con ello a la propia vida. (Jesús Salvador Moncada Cerón, 2013).